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domingo, 11 de enero de 2009

EL ESCRIBION

La palabra no existe en la lengua castellana hasta donde me fue posible investigar, por lo que puedo acuñarla para referirme a la persona que tiene la manía de escribir incansablemente. El término no se me ocurrió a mí sino a mi hijo pequeño al observar repetidamente a un " escribión " y medio hastiado de su comportamiento.
Se acerca a vocablos tales como escribidor, voz que nos remite a la novela de Vargas Llosa " La tía Julia y el escribidor", y que es entendido por algunos como la persona que escribe bajo petición cartas de amor, duelos, recomendaciones, documentos oficiales, etc. (en Colombia son los " tinterillos" de los parques); o a escribiente (amanuense o copista de la Edad Media) que es aquel que " escribe profesionalmente a mano, al dictado o copiando; para otros es el escritor que tiene el gusto y la vocación pero que nunca lo fue de manera profesional; y finalmente se acerca a la palabra negro, "persona que trabaja para lucimiento y provecho de otro, especialmente en trabajos literarios, prestando la pluma y el ingenio para escribir obras que otros firman como suyas".
La semejanza está sólo en su gusto y vocación por escribir pero no en la obsesión por hacerlo. No hay referencias al respecto, por lo menos no las he hallado; las hay asociadas al acto mismo de componer, aquí van algunas:
"Todos, quien más o quien menos tiene sus manías a la hora de concentrarse o escribir alguna cosa. Ya se sabe que entre los escritores abundan los comportamientos extravagantes y las manías a la hora de buscar la mejor manera en que cada uno prefiere escribir sus obras. Comentemos alguna de la más conocidas. Por ejemplo, muchos cuidaban su atuendo a la hora de escribir. Entre ellos, el conde de Buffon que sólo podía escribir vestido de etiqueta, con puños y chorreras de encaje y espada al cinto; Alejandro Dumas, padre, cuando escribía vestía una especie de sotana roja, de amplias mangas, calzando sandalias. Otros eran incapaces de estarse quietos, por ejemplo Chateaubriand que dictaba a su secretario paseándose con los pies descalzos por su habitación; Víctor Hugo, que meditaba sus frases o sus versos en voz alta paseando por su habitación hasta que los veía completos, pasando entonces a escribir con toda rapidez. A otros les preocupaba más el dónde que el cómo; por ejemplo, Montaigne, que escribía encerrado en una torre abandonada. Los había verdaderamente maniáticos, como el poeta alemán Schiller, que sólo podía escribir si tenía los pies metidos en un barreño con agua helada; Lord Byron que excitaba su inspiración mediante el aroma de las trufas (hongos comestibles), de las que procuraba llevar simpre algunas en sus bolsillos; o Gustave Flaubert, que era incapaz de escribir una sóla línea sin antes haberse fumado una pipa. El ya mencionado Víctor Hugo, por su parte, no demasiado confiado en su propia voluntad, tenía por costumbre entregar sus ropas a su criado, con la orden de que no se las devolviese hasta que transcurriese un plazo predeterminado, aunque él se las pidiese encarecidamente. De esta forma, se obligaba a escribir sin posibilidad alguna de evadirse. Honoré de Balzac se podía acostar a las seis de la tarde, siendo despertado por una criada justo a media noche; inmediatamente se vestía con ropas de monje (una túnica blanca de cachemira) y se ponía a escribir ininterrumpidamente de doce a dieciocho horas seguidas, siempre a mano su cafetera de porcelana. Durante todo ese tiempo no paraba de consumir taza tras taza, lo que en su opinión, no sólo le mantenía despierto y despejado, sino que le inspiraba a escribir. A este ritmo diario, Balzac consiguió terminar más de cien novelas y narraciones cortas". (del libro de los hechos insólitos. Gregorio Doval. Alianza Editorial. Biblioteca de consulta. 8124)
Seguramente algunos de ellos compartieron el deseo obsesivo por componer del escribión y sus despachos se vieron igualmente repletos de anotaciones por doquier en papelillos, servilletas, bordes de libros y revistas, en tarjetas de presentación y demás (cualquier cosa que recibiera los trazos de un bolígrafo), y, por supuesto, en hojas en blanco cuando era posible. Si algo los diferencia está en que este último no tiene un lugar especial y predilecto para escribir, lo hace igual en su habitación que en su sala, en su cocina que en el baño, en el parque que en la buseta de regreso a casa, en una reunión de trabajo o en el cine, o en el sitio que sea ; a cualquier hora del día o de la noche, mientras sus ocupaciones principales se lo permitan y logre encontrar sus anotaciones...y sin trajes especiales!
Sinte una enorme fascinación por tomar notas y por la redacción de misivas que despacha cada vez que le dan la oportunidad. Ello le ha significado perder amores y salir victorioso en más de un lío. Lo primero por hastío y lo segundo por desesperación de sus oponentes, pues aquellas epístolas suelen ser extensísimas y prolíficas.
Este aprendiz de escritor desearía tener siempre cerca un lapicero y un trozo de papel que ojalá fueran "extensión de su propia mano" para que las ideas y asuntos de interés no se le escapasen, ni la inspiración en momentos de producción literaria, por la convergencia de hechos tales como la presencia de un parlanchín de nunca acabar o el buen amigo que se aparece en el momento menos esperado.

Esta escribomanía tendrá remedio o el escribión estará condenado a padecerla y los demás a soportarlo ?

Escrito por JORGE DUQUE

Imagen tomada de bitacoradeunbibliotecario.blogspot.com/2008 protegida por derechos de autor

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