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viernes, 16 de enero de 2009

ECONOMIZAR HASTA EN LOS SENTIMIENTOS

La economía de la buena vida
Francisco Galindo., EFE

16 de Enero de 2009

Todo cuesta en la vida



Las falsas ilusiones



Reuniones prácticas



Excelente comida a precios razonables



Elegir la pareja que más nos conviene, inclinarse por los platos más apropiados del menú en un restaurante o sacarle el máximo partido a un reunión de trabajo puede depender de nuestra capacidad económica, además de ciertas aptitudes psicológicas. Basta con controlar determinados impulsos reflejos antes de tomar una decisión para que el efecto sea el más adecuado para cada ocasión.

Todo cuesta en la vida

Nuestra vida está inundada de sentimientos, entre otras cosas porque somos espíritu, de acuerdo con la teología. Pero como al tiempo somos materia nos vemos obligados constantemente a tomar decisiones que nos permitan la supervivencia en la selva del “homo homini lupus” (el hombre es un lobo para el hombre), según recordó el clásico Plauto y popularizó el filósofo inglés Thomas Hobbes en el siglo XVII.
La vida también es un mercado en el que casi todo se vende y se compra. Por ello la economía actúa como elemento integrador en cuántas transacciones realizamos a lo largo de nuestra existencia. Sin embargo, no todo está en venta (o no debería estarlo al menos). Los sentimientos que brotan del espíritu no deben tratarse como una mercancía. “Ni se compra ni se vende el cariño verdadero... no hay en el mundo dinero para comprar los quereres”, decía el cantante español Manolo Escobar en uno de sus temas de los años 60 del pasado siglo.

Los incentivos como clave

No obstante, el economista estadounidense Tyler Cowen sostiene que el concepto clave no es el dinero a la hora de lograr los objetivos, incluidos los sentimentales, sino los incentivos.
A fin de cuentas, conquistar a la persona que nos atrae puede depender de un incentivo, que no es otra cosa que una motivación de la conducta humana que anima al individuo a tomar una decisión en lugar de otra. Por supuesto que el cariño verdadero ni se compra ni se vende pero no está prohibido recurrir a los incentivos para lograr una conquista sentimental o decidir de forma acertada.
En su libro “Discover your inner economist” (Descubre al economista que llevas dentro, Ed. Planeta, 2007), Cowen recuerda que los mercados siempre interactúan con las complejidades de la motivación humana y, cuando se establecen de manera tosca y escasamente reflexiva, tienden a fallar.
Por ejemplo, cuando queremos perder peso solemos acudir a un dietista al que pagamos para que nos obligue a seguir un régimen de comidas adecuado. Pero esto no basta para “querer perder peso”. La generación del deseo de dejar los kilos es la única solución a largo plazo, y siempre a partir de los incentivos que nosotros mismos nos tracemos.
La economía comenzó a desarrollarse a partir de la evidencia de que muchas cosas que merecen la pena no nos caen del cielo.
En este planteamiento se incluyen cuestiones personales tan habituales como elegir a la persona amada más acorde con nuestra personalidad, inclinarse por los platos más adecuados del menú de un restaurante o significarse positivamente durante una reunión de trabajo.
El verdadero objetivo de la economía, resalta Cowen, es sacarle el máximo partido a las cosas buenas de la vida.

Tomado de www.univision.com

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